EL SINDROME DEL PSICOTERAEUTA

COMENTARIO DE F. J. ARAYA EN TORNO A LA PSICOTERAPIA. APARECIDO ORIGINALMENTE EN 2008 EN SU BLOG PERSONAL (FRANCISCOARAYA.BLOGSPOT.COM).




Para Anderson y Goolishiam (1990) el hacer psicoterapia no es algo que se enseña, sino algo que se aprende. En nuestra cultura tal aprendizaje aparentemente se da en las aulas de las universidades que imparten la carrera de psicología en pre-grado o en los institutos o sociedades clínicas que forman a terapeutas a nivel de postitulo. Digo aparentemente porque cabe preguntarse (como si se tratara de un síndrome) si ser psicoterapeuta es algo que efectivamente se aprende por imitación y recepción, o bien algo que la persona trae en sus genes y que con el tiempo simplemente se desarrolla. Vale decir, si para lograrlo se requiere nada más de motivación y de un maestro capaz o si las habilidades que componen esta forma vienen grabadas en el ADN de cada uno, de manera que si están ahí podrá surgir un buen terapeuta que, más allá de su proceso formativo (e incluso sin un proceso formativo - formal y sin maestro), podrá ser capaz de ayudar a muchos mediante un proceder espiritual, cognitivo o conversacional orientado a brindar alternativas o soluciones novedosas a personas, familias o grupos que vivencian un conflicto que produce estrés, sufrimiento o dolor.

Esta manera de convivir, tan característica, esta disciplina casi artística (o en definitiva artística) que convierte a la palabra en cambio, que hace de la pregunta un suave y confiable trampolín, ¿se copia? ¿Se aprende por práctica y repetición? ¿Se trae grabada y latente? ¿Se contagia como una enfermedad que transforma los modos de relacionarnos? Ciertamente no hay enfermedad alguna que al ser inoculada produzca en la gente equilibrio y buena voluntad, mas insisto en la pregunta del origen del psicoterapeuta.

Hace un tiempo un estudiante me comentó lo interesado que se sentía por la Psicología Laboral, me dijo que estaba a un paso de decidir orientar su futura carrera a esa área y que por tanto yo debía esforzarme en re-encantarlo con la psicología clínica y la psicoterapia, ya que de otra forma no la seguiría. Entonces me pregunto, como su profesor, ¿tengo que intentar lograr tal encantamiento? ¿Tengo que ser yo quien despierte en él tal vocación? ¿No se supone que el deseo de ser terapeuta, de llegar a tener la habilidad necesaria para entablar conversaciones distintas y sanadoras es un motivo que está más allá de elecciones laborales o ramas disciplinarias? ¿No se supone que independiente del contexto en el cual nos desenvolvamos y el trabajo que luego realicemos dicha habilidad, dicho arte, estará siempre presente y será el sello, la carta de presentación, de quien tiene dentro de sí un psicoterapeuta? Es probable, mas, de no ser así, quiere decir que el ser psicoterapeuta es algo, es una forma, que se inculca, que se aprende, que se imita, se graba y se utiliza cuando la situación así lo amerita.

Ahora bien, si nos trasladamos en el espacio y en el tiempo y analizamos el “destino” y la vida de quienes en diversas culturas, grupos o tribus cumplieron la función que hoy cumple el terapeuta, no vemos acaso a un hombre o a una mujer que poseía ciertas virtudes que le permitían por ejemplo modificar la “realidad” de diversas formas, sanando a los otros o alterando su forma de percibir el mundo. Chamanes, Magos, Oráculos, Machis. ¿No eran ellos portadores de una gracia privilegiada que no se aprendía sino que se desarrollaba? Si bien cada Chaman tuvo un maestro, ese maestro no le transmitió su sabiduría a nadie que no poseyera “el don”, fuere este el que fuere (dependiendo de la cultura).

El brujo nacía y moría como tal. Aun cuando a veces desertaba y huía. Aún cuando a veces se convertía en guerrero. Aún cuando a veces olvidaba su magia. Nunca dejaba de ser el que llegó para ayudar a los nativos de su pueblo, a aquellos que tanto le necesitaban.

A los 75 años en una entrevista se le preguntó a Salvador Minuchin (mago de la psicoterapia familiar estructural estratégica) por qué aún a esa edad insistía en realizar psicoterapia, pudiendo jubilarse y descansar, disfrutar de la cosecha de su notable vida. Señaló que la jubilación no era un lugar indicado para él, pues era una persona que gustaba de ayudar a otra gente, por lo que aún después de tantos años, si una familia le llamaba para ir a terapia, él la acogía gustoso.

Otro ejemplo es Carl Rogers (maestro de maestros) quien una vez, con más de 80 años, dijo confiar más en su experiencia que en la teoría, en sus significados personales que en las formulaciones intelectuales, como advirtiendo que aún sin estos conceptos y paradigmas, sin sus títulos y distinciones, él seguiría siendo siempre quien toda su vida fue, un escultor que convirtió la comunicación y el lenguaje en sutiles cinceles hechos palabra.

Hoy en día en Chile hay miles de psicólogos, y están a las puertas de serlo otros miles más. Entre ellos encontraremos algunos buenos terapeutas y ciertamente también algunos simplemente malos que se integraron a esta disciplina sin una motivación clara o sin vocación. Hoy en día en Chile hay miles de supuestos chamanes que ejercen movidos únicamente por la necesidad económica o el ensalzamiento del propio ego, algunos de ellos se perfeccionan una y otra vez, consiguiendo títulos, postítulos, magísteres e intimidantes doctorados, en busca del tipo de formación que aparentemente les llevará a la perfección clínica. Mas, es un hecho que en las aulas sólo nos entregaran teorías y técnicas, muchas de las cuales olvidaremos o nunca utilizaremos. Otro cuento es la manera en que logremos formarnos espiritualmente o psicoterapéuticamente, eso, creo, es más bien una cuestión de actitud diaria, de permanente honestidad y consecuencia con los demás y con uno mismo. En un mundo en que abunda la maldad (hecha engaño, corrupción o abuso), resulta vital que emerjan buenas personas. El psicoterapeuta ante todo debe ser una buena persona, una que no engañe ni se corrompa, una que esté dispuesta siempre a mirar las cosas de otro modo, dentro de un box y fuera de él.